11 de marzo del 2011. Me despierta el teléfono. Creyendo que son las nueve de la mañana, corro a contestar. Son las siete y media. He dormido a penas tres horas. “Mamá, te llamo más tarde.” Dentro de una hora tengo que estar en el juzgado doce para reunirme con los amigos que me ayudarán a filmar la audiencia con la Juez Lobo. Pero me quedó aferrado a las sábanas. Estoy fumigado. No sólo llegué tarde a la cama, ya en ella casi no pude dormir. Me desperté a la mitad de un sueño en que según esto lograba explicar de forma diáfana lo qué está sucediendo en este “juicio.” De qué se trata, de qué no se trata. Salí del hotel sin desayunar, castigándome: ¡qué bien haces: no dormir, no comer, no hacer ejercicio!
El chofer de mi suegra está listo para conducirme hasta los tribunales, pero ni él ni yo sabemos llegar. Ingreso la dirección en el GPS del teléfono: Boulevard Adolfo López Mateos 1950. Pero cuando