13 may 2007

El discurso de Aparecida


Discurso del Papa en la inauguración de la Conferencia del Episcopado Latinoamericano; domingo 13 de mayo; Sala de conferencias del Santuario de Nuestra Señora de Aparecida durante la sesión inaugural de la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe.
Queridos Hermanos en el Episcopado, amados sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos. Queridos observadores de otras confesiones religiosas:

[En español:]
Es motivo de gran alegría estar hoy aquí con vosotros para inaugurar la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, que se celebra junto al Santuario de Nuestra Señora Aparecida, Patrona del Brasil. Quiero que mis primeras palabras sean de acción de gracias y de alabanza a Dios por el gran don de la fe cristiana a las gentes de este Continente.
1. La fe cristiana en América Latina
La fe en Dios ha animado la vida y la cultura de estos pueblos durante más de cinco siglos. Del encuentro de esa fe con las etnias originarias ha nacido la rica cultura cristiana de este Continente expresada en el arte, la música, la literatura y, sobre todo, en las tradiciones religiosas y en la idiosincrasia de sus gentes, unidas por una misma historia y un mismo credo, y formando una gran sintonía en la diversidad de culturas y de lenguas. En la actualidad, esa misma fe ha de afrontar serios retos, pues están en juego el desarrollo armónico de la sociedad y la identidad católica de sus pueblos. A este respecto, la V Conferencia General va a reflexionar sobre esta situación para ayudar a los fieles cristianos a vivir su fe con alegría y coherencia, a tomar conciencia de ser discípulos y misioneros de Cristo, enviados por Él al mundo para anunciar y dar testimonio de nuestra fe y amor.
Pero, ¿qué ha significado la aceptación de la fe cristiana para los pueblos de América Latina y del Caribe? Para ellos ha significado conocer y acoger a Cristo, el Dios desconocido que sus antepasados, sin saberlo, buscaban en sus ricas tradiciones religiosas. Cristo era el Salvador que anhelaban silenciosamente. Ha significado también haber recibido, con las aguas del bautismo, la vida divina que los hizo hijos de Dios por adopción; haber recibido, además, el Espíritu Santo que ha venido a fecundar sus culturas, purificándolas y desarrollando los numerosos gérmenes y semillas que el Verbo encarnado había puesto en ellas, orientándolas así por los caminos del Evangelio. En efecto, el anuncio de Jesús y de su Evangelio no supuso, en ningún momento, una alienación de las culturas precolombinas, ni fue una imposición de una cultura extraña. Las auténticas culturas no están cerradas en sí mismas ni petrificadas en un determinado punto de la historia, sino que están abiertas, más aún, buscan el encuentro con otras culturas, esperan alcanzar la universalidad en el encuentro y el diálogo con otras formas de vida y con los elementos que puedan llevar a una nueva síntesis en la que se respete siempre la diversidad de las expresiones y de su realización cultural concreta.
En última instancia, sólo la verdad unifica y su prueba es el amor. Por eso Cristo, siendo realmente el Logos encarnado, "el amor hasta el extremo", no es ajeno a cultura alguna ni a ninguna persona; por el contrario, la respuesta anhelada en el corazón de las culturas es lo que les da su identidad última, uniendo a la humanidad y respetando a la vez la riqueza de las diversidades, abriendo a todos al crecimiento en la verdadera humanización, en el auténtico progreso. El Verbo de Dios, haciéndose carne en Jesucristo, se hizo también historia y cultura.
La utopía de volver a dar vida a las religiones precolombinas, separándolas de Cristo y de la Iglesia universal, no sería un progreso, sino un retroceso. En realidad sería una involución hacia un momento histórico anclado en el pasado.
La sabiduría de los pueblos originarios les llevó afortunadamente a formar una síntesis entre sus culturas y la fe cristiana que los misioneros les ofrecían. De allí ha nacido la rica y profunda religiosidad popular, en la cual aparece el alma de los pueblos latinoamericanos:
- El amor a Cristo sufriente, el Dios de la compasión, del perdón y de la reconciliación; el Dios que nos ha amado hasta entregarse por nosotros;

- El amor al Señor presente en la Eucaristía, el Dios encarnado, muerto y resucitado para ser Pan de Vida;
- El Dios cercano a los pobres y a los que sufren;
- La profunda devoción a la Santísima Virgen de Guadalupe, de Aparecida o de las diversas advocaciones nacionales y locales. Cuando la Virgen de Guadalupe se apareció al indio san Juan Diego le dijo estas significativas palabras: "¿No estoy yo aquí que soy tu madre?, ¿no estás bajo mi sombra y resguardo?, ¿no soy yo la fuente de tu alegría?, ¿no estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?" (Nican Mopohua, nn. 118-119 ).
Esta religiosidad se expresa también en la devoción a los santos con sus fiestas patronales, en el amor al Papa y a los demás Pastores, en el amor a la Iglesia universal como gran familia de Dios que nunca puede ni debe dejar solos o en la miseria a sus propios hijos. Todo ello forma el gran mosaico de la religiosidad popular que es el precioso tesoro de la Iglesia católica en América Latina, y que ella debe proteger, promover y, en lo que fuera necesario, también purificar.
2. Continuidad con las otras Conferencias
Esta V Conferencia General se celebra en continuidad con las otras cuatro que la precedieron en Río de Janeiro, Medellín, Puebla y Santo Domingo. Con el mismo espíritu que las animó, los Pastores quieren dar ahora un nuevo impulso a la evangelización, a fin de que estos pueblos sigan creciendo y madurando en su fe, para ser luz del mundo y testigos de Jesucristo con la propia vida.
Después de la IV Conferencia General, en Santo Domingo, muchas cosas han cambiado en la sociedad. La Iglesia, que participa de los gozos y esperanzas, de las penas y alegrías de sus hijos, quiere caminar a su lado en este período de tantos desafíos, para infundirles siempre esperanza y consuelo (cf. Gaudium et spes, 1).
En el mundo de hoy se da el fenómeno de la globalización como un entramado de relaciones a nivel planetario. Aunque en ciertos aspectos es un logro de la gran familia humana y una señal de su profunda aspiración a la unidad, sin embargo comporta también el riesgo de los grandes monopolios y de convertir el lucro en valor supremo. Como en todos los campos de la actividad humana, la globalización debe regirse también por la ética, poniendo todo al servicio de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios.
En América Latina y el Caribe, igual que en otras regiones, se ha evolucionado hacia la democracia, aunque haya motivos de preocupación ante formas de gobierno autoritarias o sujetas a ciertas ideologías que se creían superadas, y que no corresponden con la visión cristiana del hombre y de la sociedad, como nos enseña la Doctrina social de la Iglesia. Por otra parte, la economía liberal de algunos países latinoamericanos ha de tener presente la equidad, pues siguen aumentando los sectores sociales que se ven probados cada vez más por una enorme pobreza o incluso expoliados de los propios bienes naturales.
En las Comunidades eclesiales de América Latina es notable la madurez en la fe de muchos laicos y laicas activos y entregados al Señor, junto con la presencia de muchos abnegados catequistas, de tantos jóvenes, de nuevos movimientos eclesiales y de recientes Institutos de vida consagrada. Se demuestran fundamentales muchas obras católicas educativas, asistenciales y hospitalitarias. Se percibe, sin embargo, un cierto debilitamiento de la vida cristiana en el conjunto de la sociedad y de la propia pertenencia a la Iglesia católica debido al secularismo, al hedonismo, al indiferentismo y al proselitismo de numerosas sectas, de religiones animistas y de nuevas expresiones seudoreligiosas.
Todo ello configura una situación nueva que será analizada aquí, en Aparecida. Ante la nueva encrucijada, los fieles esperan de esta V Conferencia una renovación y revitalización de su fe en Cristo, nuestro único Maestro y Salvador, que nos ha revelado la experiencia única del Amor infinito de Dios Padre a los hombres. De esta fuente podrán surgir nuevos caminos y proyectos pastorales creativos, que infundan una firme esperanza para vivir de manera responsable y gozosa la fe e irradiarla así en el propio ambiente.
3. Discípulos y misioneros
Esta Conferencia General tiene como tema: "Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida. -Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida-" (Jn 14,6).
La Iglesia tiene la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del Pueblo de Dios, y recordar también a los fieles de este Continente que, en virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo. Esto conlleva seguirlo, vivir en intimidad con Él, imitar su ejemplo y dar testimonio. Todo bautizado recibe de Cristo, como los Apóstoles, el mandato de la misión: "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará" (Mc 16,15). Pues ser discípulos y misioneros de Jesucristo y buscar la vida "en Él" supone estar profundamente enraizados en Él.
¿Qué nos da Cristo realmente? ¿Por qué queremos ser discípulos de Cristo? Porque esperamos encontrar en la comunión con Él la vida, la verdadera vida digna de este nombre, y por esto queremos darlo a conocer a los demás, comunicarles el don que hemos hallado en Él. Pero, ¿es esto así? ¿Estamos realmente convencidos de que Cristo es el camino, la verdad y la vida?
Ante la prioridad de la fe en Cristo y de la vida "en Él", formulada en el título de esta V Conferencia, podría surgir también otra cuestión: Esta prioridad, ¿no podría ser acaso una fuga hacia el intimismo, hacia el individualismo religioso, un abandono de la realidad urgente de los grandes problemas económicos, sociales y políticos de América Latina y del mundo, y una fuga de la realidad hacia un mundo espiritual?
Como primer paso podemos responder a esta pregunta con otra: ¿Qué es esta "realidad"? ¿Qué es lo real? ¿Son "realidad" sólo los bienes materiales, los problemas sociales, económicos y políticos? Aquí está precisamente el gran error de las tendencias dominantes en el último siglo, error destructivo, como demuestran los resultados tanto de los sistemas marxistas como incluso de los capitalistas. Falsifican el concepto de realidad con la amputación de la realidad fundante y por esto decisiva, que es Dios. Quien excluye a Dios de su horizonte falsifica el concepto de "realidad" y, en consecuencia, sólo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas.
La primera afirmación fundamental es, pues, la siguiente: Sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano. La verdad de esta tesis resulta evidente ante el fracaso de todos los sistemas que ponen a Dios entre paréntesis.

Pero surge inmediatamente otra pregunta: ¿Quién conoce a Dios? ¿Cómo podemos conocerlo? No podemos entrar aquí en un complejo debate sobre esta cuestión fundamental. Para el cristiano el núcleo de la respuesta es simple: Sólo Dios conoce a Dios, sólo su Hijo que es Dios de Dios, Dios verdadero, lo conoce. Y Él, "que está en el seno del Padre, lo ha contado" (Jn 1,18). De aquí la importancia única e insustituible de Cristo para nosotros, para la humanidad. Si no conocemos a Dios en Cristo y con Cristo, toda la realidad se convierte en un enigma indescifrable; no hay camino y, al no haber camino, no hay vida ni verdad.
Dios es la realidad fundante, no un Dios sólo pensado o hipotético, sino el Dios de rostro humano; es el Dios-con-nosotros, el Dios del amor hasta la cruz. Cuando el discípulo llega a la comprensión de este amor de Cristo "hasta el extremo", no puede dejar de responder a este amor sino es con un amor semejante: "Te seguiré adondequiera que vayas" (Lc 9,57).
Todavía nos podemos hacer otra pregunta: ¿Qué nos da la fe en este Dios? La primera respuesta es: nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia católica. La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión: el encuentro con Dios es, en sí mismo y como tal, encuentro con los hermanos, un acto de convocación, de unificación, de responsabilidad hacia el otro y hacia los demás. En este sentido, la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8,9).
Pero antes de afrontar lo que comporta el realismo de la fe en el Dios hecho hombre, tenemos que profundizar en la pregunta: ¿cómo conocer realmente a Cristo para poder seguirlo y vivir con Él, para encontrar la vida en Él y para comunicar esta vida a los demás, a la sociedad y al mundo? Ante todo, Cristo se nos da a conocer en su persona, en su vida y en su doctrina por medio de la Palabra de Dios. Al iniciar la nueva etapa que la Iglesia misionera de América Latina y del Caribe se dispone a emprender, a partir de esta V Conferencia General en Aparecida, es condición indispensable el conocimiento profundo de la Palabra de Dios.
Por esto, hay que educar al pueblo en la lectura y meditación de la Palabra de Dios: que ella se convierta en su alimento para que, por propia experiencia, vean que las palabras de Jesús son espíritu y vida (cf. Jn 6,63). De lo contrario, ¿cómo van a anunciar un mensaje cuyo contenido y espíritu no conocen a fondo? Hemos de fundamentar nuestro compromiso misionero y toda nuestra vida en la roca de la Palabra de Dios. Para ello, animo a los Pastores a esforzarse en darla a conocer.
Un gran medio para introducir al Pueblo de Dios en el misterio de Cristo es la catequesis. En ella se trasmite de forma sencilla y substancial el mensaje de Cristo. Convendrá por tanto intensificar la catequesis y la formación en la fe, tanto de los niños como de los jóvenes y adultos. La reflexión madura de la fe es luz para el camino de la vida y fuerza para ser testigos de Cristo. Para ello se dispone de instrumentos muy valiosos como son el Catecismo de la Iglesia Católica y su versión más breve, el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica.
En este campo no hay que limitarse sólo a las homilías, conferencias, cursos de Biblia o teología, sino que se ha de recurrir también a los medios de comunicación: prensa, radio y televisión, sitios de internet, foros y tantos otros sistemas para comunicar eficazmente el mensaje de Cristo a un gran número de personas.
En este esfuerzo por conocer el mensaje de Cristo y hacerlo guía de la propia vida, hay que recordar que la evangelización ha ido unida siempre a la promoción humana y a la auténtica liberación cristiana. "Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios" (Deus caritas est, 15). Por lo mismo, será también necesaria una catequesis social y una adecuada formación en la doctrina social de la Iglesia, siendo muy útil para ello el "Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia". La vida cristiana no se expresa solamente en las virtudes personales, sino también en las virtudes sociales y políticas.
El discípulo, fundamentado así en la roca de la Palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la Buena Nueva de la salvación a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (cf. Hch 4,12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro.
4. "Para que en Él tengan vida"
Los pueblos latinoamericanos y caribeños tienen derecho a una vida plena, propia de los hijos de Dios, con unas condiciones más humanas: libres de las amenazas del hambre y de toda forma de violencia. Para estos pueblos, sus Pastores han de fomentar una cultura de la vida que permita, como decía mi predecesor Pablo VI, "pasar de la miseria a la posesión de lo necesario, a la adquisición de la cultura… a la cooperación en el bien común… hasta el reconocimiento, por parte del hombre, de los valores supremos y de Dios, que de ellos es la fuente y el fin" (Populorum progressio, 21).
En este contexto me es grato recordar la Encíclica "Populorum progressio", cuyo 40 aniversario recordamos este año. Este documento pontificio pone en evidencia que el desarrollo auténtico ha de ser integral, es decir, orientado a la promoción de todo el hombre y de todos los hombres (cf. n. 14), e invita a todos a suprimir las graves desigualdades sociales y las enormes diferencias en el acceso a los bienes. Estos pueblos anhelan, sobre todo, la plenitud de vida que Cristo nos ha traído: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10). Con esta vida divina se desarrolla también en plenitud la existencia humana, en su dimensión personal, familiar, social y cultural.
Para formar al discípulo y sostener al misionero en su gran tarea, la Iglesia les ofrece, además del Pan de la Palabra, el Pan de la Eucaristía. A este respecto nos inspira e ilumina la página del Evangelio sobre los discípulos de Emaús. Cuando éstos se sientan a la mesa y reciben de Jesucristo el pan bendecido y partido, se les abren los ojos, descubren el rostro del Resucitado, sienten en su corazón que es verdad todo lo que Él ha dicho y hecho, y que ya ha iniciado la redención del mundo. Cada domingo y cada Eucaristía es un encuentro personal con Cristo. Al escuchar la Palabra divina, el corazón arde porque es Él quien la explica y proclama. Cuando en la Eucaristía se parte el pan, es a Él a quien se recibe personalmente. La Eucaristía es el alimento indispensable para la vida del discípulo y misionero de Cristo.
La Misa dominical, centro de la vida cristiana
De aquí la necesidad de dar prioridad, en los programas pastorales, a la valorización de la Misa dominical. Hemos de motivar a los cristianos para que participen en ella activamente y, si es posible, mejor con la familia. La asistencia de los padres con sus hijos a la celebración eucarística dominical es una pedagogía eficaz para comunicar la fe y un estrecho vínculo que mantiene la unidad entre ellos. El domingo ha significado, a lo largo de la vida de la Iglesia, el momento privilegiado del encuentro de las comunidades con el Señor resucitado.
Es necesario que los cristianos experimenten que no siguen a un personaje de la historia pasada, sino a Cristo vivo, presente en el hoy y el ahora de sus vidas. Él es el Viviente que camina a nuestro lado, descubriéndonos el sentido de los acontecimientos, del dolor y de la muerte, de la alegría y de la fiesta, entrando en nuestras casas y permaneciendo en ellas, alimentándonos con el Pan que da la vida. Por eso la celebración dominical de la Eucaristía ha de ser el centro de la vida cristiana.
El encuentro con Cristo en la Eucaristía suscita el compromiso de la evangelización y el impulso a la solidaridad; despierta en el cristiano el fuerte deseo de anunciar el Evangelio y testimoniarlo en la sociedad para que sea más justa y humana. De la Eucaristía ha brotado a lo largo de los siglos un inmenso caudal de caridad, de participación en las dificultades de los demás, de amor y de justicia. ¡Sólo de la Eucaristía brotará la civilización del amor, que transformará Latinoamérica y el Caribe para que, además de ser el Continente de la Esperanza, sea también el Continente del Amor!
Los problemas sociales y políticos
Llegados a este punto podemos preguntarnos ¿cómo puede contribuir la Iglesia a la solución de los urgentes problemas sociales y políticos, y responder al gran desafío de la pobreza y de la miseria? Los problemas de América Latina y del Caribe, así como del mundo de hoy, son múltiples y complejos, y no se pueden afrontar con programas generales. Sin embargo, la cuestión fundamental sobre el modo cómo la Iglesia, iluminada por la fe en Cristo, deba reaccionar ante estos desafíos, nos concierne a todos. En este contexto es inevitable hablar del problema de las estructuras, sobre todo de las que crean injusticia. En realidad, las estructuras justas son una condición sin la cual no es posible un orden justo en la sociedad. Pero, ¿cómo nacen?, ¿cómo funcionan? Tanto el capitalismo como el marxismo prometieron encontrar el camino para la creación de estructuras justas y afirmaron que éstas, una vez establecidas, funcionarían por sí mismas; afirmaron que no sólo no habrían tenido necesidad de una precedente moralidad individual, sino que ellas fomentarían la moralidad común. Y esta promesa ideológica se ha demostrado que es falsa. Los hechos lo ponen de manifiesto. El sistema marxista, donde ha gobernado, no sólo ha dejado una triste herencia de destrucciones económicas y ecológicas, sino también una dolorosa destrucción del espíritu. Y lo mismo vemos también en occidente, donde crece constantemente la distancia entre pobres y ricos y se produce una inquietante degradación de la dignidad personal con la droga, el alcohol y los sutiles espejismos de felicidad.
Las estructuras justas son, como he dicho, una condición indispensable para una sociedad justa, pero no nacen ni funcionan sin un consenso moral de la sociedad sobre los valores fundamentales y sobre la necesidad de vivir estos valores con las necesarias renuncias, incluso contra el interés personal.
Donde Dios está ausente – el Dios del rostro humano de Jesucristo – estos valores no se muestran con toda su fuerza, ni se produce un consenso sobre ellos. No quiero decir que los no creyentes no puedan vivir una moralidad elevada y ejemplar; digo solamente que una sociedad en la que Dios está ausente no encuentra el consenso necesario sobre los valores morales y la fuerza para vivir según la pauta de estos valores, aun contra los propios intereses.
Por otro lado, las estructuras justas han de buscarse y elaborarse a la luz de los valores fundamentales, con todo el empeño de la razón política, económica y social. Son una cuestión de la recta ratio y no provienen de ideologías ni de sus promesas. Ciertamente existe un tesoro de experiencias políticas y de conocimientos sobre los problemas sociales y económicos, que evidencian elementos fundamentales de un estado justo y los caminos que se han de evitar. Pero en situaciones culturales y políticas diversas, y en el cambio progresivo de las tecnologías y de la realidad histórica mundial, se han de buscar de manera racional las respuestas adecuadas y debe crearse – con los compromisos indispensables – el consenso sobre las estructuras que se han de establecer.
Este trabajo político no es competencia inmediata de la Iglesia. El respeto de una sana laicidad – incluso con la pluralidad de las posiciones políticas – es esencial en la tradición cristiana auténtica. Si la Iglesia comenzara a transformarse directamente en sujeto político, no haría más por los pobres y por la justicia, sino que haría menos, porque perdería su independencia y su autoridad moral, identificándose con una única vía política y con posiciones parciales opinables. La Iglesia es abogada de la justicia y de los pobres, precisamente al no identificarse con los políticos ni con los intereses de partido. Sólo siendo independiente puede enseñar los grandes criterios y los valores inderogables, orientar las conciencias y ofrecer una opción de vida que va más allá del ámbito político. Formar las conciencias, ser abogada de la justicia y de la verdad, educar en las virtudes individuales y políticas, es la vocación fundamental de la Iglesia en este sector. Y los laicos católicos deben ser concientes de su responsabilidad en la vida pública; deben estar presentes en la formación de los consensos necesarios y en la oposición contra las injusticias.
Las estructuras justas jamás serán completas de modo definitivo; por la constante evolución de la historia, han de ser siempre renovadas y actualizadas; han de estar animadas siempre por un "ethos" político y humano, por cuya presencia y eficiencia se ha de trabajar siempre. Con otras palabras, la presencia de Dios, la amistad con el Hijo de Dios encarnado, la luz de su Palabra, son siempre condiciones fundamentales para la presencia y eficiencia de la justicia y del amor en nuestras sociedades.
Por tratarse de un Continente de bautizados, conviene colmar la notable ausencia, en el ámbito político, comunicativo y universitario, de voces e iniciativas de líderes católicos de fuerte personalidad y de vocación abnegada, que sean coherentes con sus convicciones éticas y religiosas. Los movimientos eclesiales tienen aquí un amplio campo para recordar a los laicos su responsabilidad y su misión de llevar la luz del Evangelio a la vida pública, cultural, económica y política.
5. Otros campos prioritarios
Para llevar a cabo la renovación de la Iglesia a vosotros confiada en estas tierras, quisiera fijar la atención con vosotros sobre algunos campos que considero prioritarios en esta nueva etapa.
La familia
La familia, "patrimonio de la humanidad", constituye uno de los tesoros más importantes de los pueblos latinoamericanos. Ella ha sido y es escuela de la fe, palestra de valores humanos y cívicos, hogar en el que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente. Sin embargo, en la actualidad sufre situaciones adversas provocadas por el secularismo y el relativismo ético, por los diversos flujos migratorios internos y externos, por la pobreza, por la inestabilidad social y por legislaciones civiles contrarias al matrimonio que, al favorecer los anticonceptivos y el aborto, amenazan el futuro de los pueblos.
En algunas familias de América Latina persiste aún por desgracia una mentalidad machista, ignorando la novedad del cristianismo que reconoce y proclama la igual dignidad y responsabilidad de la mujer respecto al hombre.
La familia es insustituible para la serenidad personal y para la educación de los hijos. Las madres que quieren dedicarse plenamente a la educación de sus hijos y al servicio de la familia han de gozar de las condiciones necesarias para poderlo hacer, y para ello tienen derecho a contar con el apoyo del Estado. En efecto, el papel de la madre es fundamental para el futuro de la sociedad.
El padre, por su parte, tiene el deber de ser verdaderamente padre, que ejerce su indispensable responsabilidad y colaboración en la educación de sus hijos. Los hijos, para su crecimiento integral, tienen el derecho de poder contar con el padre y la madre, para que cuiden de ellos y los acompañen hacia la plenitud de su vida. Es necesaria, pues, una pastoral familiar intensa y vigorosa. Es indispensable también promover políticas familiares auténticas que respondan a los derechos de la familia como sujeto social imprescindible. La familia forma parte del bien de los pueblos y de la humanidad entera.
[En portugués:]
Los sacerdotes
Los primeros promotores del discipulado y de la misión son aquéllos que han sido llamados «para que estuvieran con Jesús y para enviarlos a predicar» (Cf. Mc 3,14), es decir, los sacerdotes. Ellos tienen que recibir, de manera preferencial, la atención y el cuidado paterno de sus obispos, pues son los primeros agentes de una auténtica renovación de la vida cristiana en el Pueblo de Dios. A ellos les quiero dirigir una palabra de afecto paterno, deseando que el Señor sea la parte de su herencia y su copa (Cf. Sal 16, 5). Si el sacerdote tiene a Dios como fundamento y centro de su vida, experimentará la alegría y la fecundidad de su vocación. El sacerdote tiene que ser ante todo un “hombre de Dios” (1 Tm 6,11) que conoce a Dios directamente, que tiene una profunda amistad personal con Jesús, que comparte con los demás los mismos sentimientos de Cristo (Cf. Fil 2,5). Sólo así el sacerdote será capaz de llevar a los hombres a Dios, encarnado en Jesucristo, y de se representante de su amor.
Para cumplir su elevada tarea, el sacerdote debe tener una sólida estructura espiritual y vivir toda su vida animado por la fe, por la esperanza y la caridad. Tiene que ser, como Jesús, un hombre que busque, a través de la oración, el rostro y la voluntad de Dios, y que cuide también su preparación cultural e intelectual.
Querido sacerdotes de este continente y vosotros, misioneros que habéis venido aquí a trabajar, el Papa os acompaña en vuestro trabajo pastoral y desea que estéis llenos de alegría y de esperanza y sobretodo reza por vosotros.
Religiosos, religiosas y consagrados
Quiero dirigirme también a los religiosos, a las religiosas y a las laicas y laicos consagrados. La sociedad latinoamericana y del Caribe tiene necesidad de vuestro testimonio: en un mundo que muchas veces busca ante todo el bienestar, la riqueza y el placer como objetivo de la vida, y que exalta la libertad en lugar de la verdad sobre el hombre creado por Dios, vosotros sois testigos de que hay una manera diferente de vivir con sentido; recordad a vuestros hermanos y hermanas que el Reino de Dios ya ha llegado; que la justicia y la verdad son posibles si nos abrimos a la presencia amorosa de Dios nuestro Padre, de Cristo nuestro hermano y Señor, del Espíritu Sagrado nuestro Consolador.
Con generosidad y también con heroísmo tenéis que seguir trabajando para que en la sociedad reine el amor, la justicia, la bondad, el servicio y la solidaridad, según el carisma de vuestros fundadores. Abrazad con profunda alegría vuestra consagración, que es medio de santificación para vosotros y de redención para vuestros hermanos.
La Iglesia de América Latina os da las gracias por el gran trabajo que habéis realizado a través de los siglos por el Evangelio de Cristo a favor de vuestros hermanos, sobre todo de los más pobres y desfavorecidos. Os invito a colaborar siempre con los obispos y a trabajar unidos a ellos, que son los responsables de la acción pastoral. Os exhorto también a la obediencia sincera a la autoridad de la Iglesia. Tened como único objetivo la santidad, como habéis aprendido de vuestros fundadores.
Los laicos
En estos momentos en los que la Iglesia de este continente se entrega plenamente a su vocación misionera, recuerdo a los laicos que ellos también son Iglesia, asamblea convocada por Cristo para llevar su testimonio a todo el mundo. Todos los hombres y las mujeres bautizados tienen que tomar conciencia de que han sido configurados con Cristo sacerdote, profeta y pastor, por medio del sacerdocio común del pueblo de Dios. Tienen que sentirse corresponsables en la edificación de la sociedad según los criterios del Evangelio, con entusiasmo y audacia, en comunión con sus pastores.
Muchos de vosotros pertenecéis a movimientos eclesiales, en los que podemos ver signos de la multiforme presencia y acción santificadora del Espíritu Santo en la Iglesia y en la sociedad actual. Estáis llamados a llevar al mundo el testimonio de Jesucristo y a ser fermento del amor de Dios entre los hombres.
Los jóvenes y la pastoral vocacional
En América Latina, la mayoría de la población está formada por jóvenes. Tenemos que recordarles que su vocación consiste en ser amigos de Cristo, sus discípulos. Los jóvenes no tienen miedo del sacrificio, sino de una vida sin sentido. Son sensibles a la llamada de Cristo que les invita a seguirle. Pueden responder a esa llamada como sacerdotes, como consagrados y consagradas, o como padres y madres de familia, entregados totalmente a servir a sus hermanos con todo su tiempo y capacidad de entrega, con toda su vida. Los jóvenes tienen que afrontar la vida como un descubrimiento continuo, sin dejarse llevar por las modas o las mentalidades en boga, sino procediendo con una profunda curiosidad sobre el sentido de la vida y sobre el misterio de Dios, Padre creador, y de su Hijo, nuestro redentor, dentro de la familia humana. Tienen que comprometerse también en una continua renovación del mundo a la luz del Evangelio. Es más, tienen que oponerse a los fáciles espejismos de la felicidad inmediata y a los paraísos engañosos de la droga, del placer, del alcohol, así como a todo tipo de violencia.
[En español]
6. "Quédate con nosotros"
Los trabajos de esta V Conferencia General nos llevan a hacer nuestra la súplica de los discípulos de Emaús: "Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado" (Lc 24, 29).
Quédate con nosotros, Señor, acompáñanos aunque no siempre hayamos sabido reconocerte. Quédate con nosotros, porque en torno a nosotros se van haciendo más densas las sombras, y tú eres la Luz; en nuestros corazones se insinúa la desesperanza, y tú los haces arder con la certeza de la Pascua. Estamos cansados del camino, pero tú nos confortas en la fracción del pan para anunciar a nuestros hermanos que en verdad tú has resucitado y que nos has dado la misión de ser testigos de tu resurrección.
Quédate con nosotros, Señor, cuando en torno a nuestra fe católica surgen las nieblas de la duda, del cansancio o de la dificultad: tú, que eres la Verdad misma como revelador del Padre, ilumina nuestras mentes con tu Palabra; ayúdanos a sentir la belleza de creer en ti.
Quédate en nuestras familias, ilumínalas en sus dudas, sostenlas en sus dificultades, consuélalas en sus sufrimientos y en la fatiga de cada día, cuando en torno a ellas se acumulan sombras que amenazan su unidad y su naturaleza. Tú que eres la Vida, quédate en nuestros hogares, para que sigan siendo nidos donde nazca la vida humana abundante y generosamente, donde se acoja, se ame, se respete la vida desde su concepción hasta su término natural.
Quédate, Señor, con aquéllos que en nuestras sociedades son más vulnerables; quédate con los pobres y humildes, con los indígenas y afroamericanos, que no siempre han encontrado espacios y apoyo para expresar la riqueza de su cultura y la sabiduría de su identidad. Quédate, Señor, con nuestros niños y con nuestros jóvenes, que son la esperanza y la riqueza de nuestro Continente, protégelos de tantas insidias que atentan contra su inocencia y contra sus legítimas esperanzas.¡Oh buen Pastor, quédate con nuestros ancianos y con nuestros enfermos. ¡Fortalece a todos en su fe para que sean tus discípulos y misioneros!
Conclusión
Al concluir mi permanencia entre vosotros, deseo invocar la protección de la Madre de Dios y Madre de la Iglesia sobre vuestras personas y sobre toda América Latina y el Caribe. Imploro de modo especial a Nuestra Señora – bajo la advocación de Guadalupe, Patrona de América, y de Aparecida, Patrona de Brasil - que os acompañe en vuestra hermosa y exigente labor pastoral. A ella confío el Pueblo de Dios en esta etapa del tercer Milenio cristiano. A ella le pido también que guíe los trabajos y reflexiones de esta Conferencia General, y que bendiga con abundantes dones a los queridos pueblos de este Continente.
Fuente: Agencia Zenit; Traducción de los pasajes en portugués realizada por Zenit.

Mucho añoran a Juan Pablo II



Todo muy bien en la visita de Benedicto XVI a Brasil, pero, se vale hacer comparaciones con las visitas de Juan Pablo II.
De entrada el nuevo Papa no logró conectar con las multitudes, quizás la excepción fue misa de canonización del primer santo brasileño, Fray
Galvao, a la que se calcula que asistieron un millón de personas-

Si se comparan las cifras de asistentes a las ceremonias con Juan Pablo II y Benedicto XVI , queda claro que los brasileños siguen recordando con afecto a Karol Wojtyla, al que llaman "Joao de Deus" y que reunió a 2 millones de fieles en 1997 en Río de Janeiro.
Una encuesta publicada por DataFolha el miércoles, día de la llegada del Papa a Brasil, el 48% de los católicos de este país no conocían el nombre del actual Pontífice; ni Joseph Ratzinger ni Benedicto XVI.
Juan Pablo II hizo que los brasileños, que nunca en la historia habían recibido a un Papa, cometieran auténticas locuras con tal de conseguir una bendición, durante sus tres visitas, 1980, 1991 y 1997, a Brasil.
Con Benedicto XVI, sin embargo, apenas 35 mil fieles asistieron el pasado jueves al "Encuentro con los jóvenes" en el estadio de Pacaembú, en Sao Paulo. Fuera del estadio apenas esperaba nadie para entrar, según testigos.
Pero, los medios de comunicación brasileños se han volcado en la visita de Benedicto XVI, que ha ocupado las portadas de los diarios toda la semana.
Así mismo, la red Globo, la mayor del país, pero que había perdido audiencia frente a la Record, dirigida por representantes de las Iglesias evangélicas (la IURD), ha dado una cobertura de 24 horas a la visita, elevando su "share" (participación de audiencia) esta semana en más de un 80 por ciento y recuperando al menos momentáneamente el liderazgo.
Son esos mismos medios los que han recordado las multitudinarias visitas anteriores de Juan Pablo II y de éstas, los momentos más apreciados por los brasileños.
Benedicto XVI, por el contrario, ha limitado su viaje al Estado de Sao Paulo, el más rico del país, y se ha mantenido encerrado en monasterios, estadios, palacios o iglesias, sin apenas dejarse ver en el "papamóvil".
Tampoco ha habido encuentro, ni siquiera una palabra, para las etnias indígenas.
Fuente: Reforma-

Fuerte discurso papal


El Papa Benedicto XVI ha puesto fin a su visita pastoral de cinco días a Brasil con un discurso ante obispos y cardenales latinoamericanos en el que expresó su preocupación por los "autoritarismos" que han resurgido en el continente americano.
Al inaugurar la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (CELAM) el Papa marcó las líneas de acción en los próximos años, criticó también el capitalismo y exigió a los obispos que se impliquen en mejorar la situación de los pobres y en luchar contra la expansión de las sectas.
Ante los 266 cardenales y obispos asistentes a la V Celam, dijo que "aunque haya motivos de preocupación ante formas de gobiernos autoritarios o sujetos a ciertas ideologías que se creían superadas y que no corresponden con la visión cristiana del hombre".
Varios observadores vaticanos, el Papa al parecer aludía especialmente a Venezuela, Bolivia y a Cuba.
Y es que las palabras del Papa venían precedidas de las declaraciones efectuadas horas antes – y sin duda con línea papal-, por el cardenal brasileño Claudio Hummes, quien ha reconocido que al Pontífice "le preocupa" la alianza entre Chávez y Fidel Castro.
En el mismo discurso, Benedicto XVI criticó tanto al marxismo como al capitalismo, y dijo que ambos prometieron unas estructuras justas que fomentarían la moralidad común, "pero esa promesa ideológica se ha demostrado que es falsa y los hechos lo ponen de manifiesto".
"El sistema marxista, donde ha gobernado, no solo ha dejado una triste herencia de destrucción económica y ecológica, sino también una dolorosa destrucción del espíritu. Y lo mismo vemos en Occidente, donde crece la distancia entre pobres y ricos y hay una degradación de la dignidad personal con la droga, el alcohol y los sutiles espejismos de felicidad", afirmó.
En defensa del cristianismo adoptado por los pueblos de América Latina, el Papa defendió que "el Dios desconocido que sus antepasados sin saberlo buscaban en sus ricas tradiciones era Cristo, al que anhelaban silenciosamente".
¡Vale la pena leer el discurso completo!
Dice una nota del corresponsal de El País Jorge Marirrodriga, que “Si la Conferencia de Medellín (Colombia) celebrada en 1968 en presencia de Pablo VI marcó el nacimiento de la Teología de la Liberación, el encuentro que comenzó ayer en Brasil puede significar, de acuerdo con las líneas marcadas por Benedicto XVI, el comienzo de una nueva estrategia del catolicismo en el continente para poner freno tanto al rápido descenso de creyentes como al avance del neopopulismo de corte marxista.
Tras su discurso, el Papa puso fin a primera visita al continente americano y se trasladó a São Paulo donde abordó un avión rumbo a Roma.
Pero de hecho, la V Conferencia del Celam comenzará este lunes con una jornada dedicada particularmente a la oración.
Tras la celebración eucarística, presidida por el cardenal Giovanni Battista Re, uno de los presidentes delegados de la Conferencia, y presidente de la Comisión Pontificia para América Latina, tendrá lugar un retiro espiritual sobre la Eucaristía.
La primera sesión de trabajo de la Conferencia comenzará a las 16.00 horas
A César lo que es del César..."
El Periodico El País dedica su edtorial de este lunes a la visita papal:
Benedicto en Brasil
"El papa Benedicto XVI escogió Brasil como primer destino en América Latina, y fuera de Europa, para sus viajes apostólicos. Brasil es hoy el país con mayor número de católicos en el mundo: unos 150 millones, que corresponden al 70% de la población. Sin embargo, en los años sesenta Brasil era católico al cien por cien. En algo más de cuatro décadas, un tercio de la población se ha adherido a las iglesias evangélicas y pentecostales, de origen protestante. Ratzinger ha pedido a los obispos que no ahorren esfuerzos "en la búsqueda de esos católicos apartados".
Los motivos señalados por el Papa para explicar el éxodo de un millón de católicos que cada año se pasan a los evangélicos no coinciden con los alegados por los teólogos de la liberación. Para Ratzinger, que ha definido como sectas a las iglesias evangélicas, las razones de este creciente desapego se deben a que los obispos no saben evangelizar suficientemente y a que los católicos poseen una fe frágil, que no sabe resistir al proselitismo agresivo de dichas iglesias.
La impresión de las comunidades de base que trabajan con los más pobres y en las zonas más difíciles y violentas del país es que el Papa no había sido bien informado sobre las características de los católicos de Brasil, que esperaban de él un mensaje de esperanza. En cambio, han recibido un rosario de condenas como las referidas al aborto, el divorcio, las relaciones prematrimoniales y el uso del preservativo, defendiendo al mismo tiempo la castidad matrimonial y el celibato obligatorio de los sacerdotes.
El Papa ha aprovechado su estancia en Brasil para abrir la conferencia del CELAM, que incluye a todos los obispos de América Latina. Será importante para el futuro del catolicismo, en un continente considerado como la reserva de la fe cristiana, saber por dónde desea el pontífice que se muevan esos cientos de millones de católicos. De los primeros discursos pronunciados en Brasil, se desprende que la gran preocupación de Roma es que los obispos lancen una cruzada para rescatar de las iglesias evangélicas a los católicos perdidos que, según el Papa, se han revelado "incapaces de resistir a las embestidas del agnosticismo, del relativismo y del laicismo". Cabría preguntarse si es esto lo que esperaban esos millones de creyentes y lo que piensa ese episcopado que se ha caracterizado estos años por un fuerte compromiso social y por un diálogo abierto con las otras confesiones religiosas.
Del presidente Lula, de quien la Iglesia habría querido arrancar beneficios especiales para los católicos, Benedicto XVI ha recibido una respuesta netamente republicana, al recordarle que Brasil es y seguirá siendo un país laico y con varias religiones. O sea, que Brasil dará al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

Continuidad y cambio en Francia

Sarkozy: continuidad y cambio/Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París.
Publicado en LA VANGUARDIA, 13/05/2007;
La elección de Nicolas Sarkozy a la presidencia de la República suscita esperanzas y temores sobre el futuro de la política exterior francesa. Tales expectativas contradictorias se refieren a una posible ruptura en relación con la diplomacia tradicional de la V República que descansaría sobre una visión de la construcción europea en adelante próxima a la de los británicos, un viraje estratégico proestadounidense y el final de una política activa en y con el mundo árabe en favor de una reafirmación preferente de la alianza con Israel. Algunos interpretan tales opciones como un enfoque modernizado y puesto al día de las cuestiones internacionales; otros consideran que de hecho no se trata sino de una vuelta a los principios observados bajo la IV República.
Sea como fuere, se trata indudablemente de un cambio de nuestra política exterior. ¿Lo pondrá en práctica efectivamente Nicolas Sarkozy? Las rupturas son muy raras en las políticas exteriores de los estados y suelen compararse a esos pesados petroleros cuyo rumbo no puede variarse de manera brusca.
La historia, la geografía, las tradiciones y sobre todo los intereses son poderosos signos distintivos que no se pueden disipar de un manotazo. La cuota de continuidad suele superar generalmente a la de los cambios. ¿Se recuerda, por ejemplo, que Jacques Chirac, presentado hoy como el adalid de la oposición a Estados Unidos y del fomento del multilateralismo, había iniciado su primer mandato con la reanudación de las pruebas nucleares francesas y el intento de reintegrar a Francia en la OTAN? ¿Que Mitterrand, que declaró en el Elíseo “la disuasión soy yo”, se había opuesto a la creación de la fuerza militar europea por parte de De Gaulle?
En el transcurso de los últimos meses, han podido observarse dos actitudes sucesivas de Nicolas Sarkozy. Antes de ser designado candidato, y a fin de subrayar su diferencia respecto de Jacques Chirac, insistía sobre la instauración de una nueva política exterior, aceptaba gustoso y satisfecho el apelativo de Sarko el Americano y declaraba a los estupefactos embajadores árabes que su prioridad era la relación con Israel. Desde el día de su investidura, ha recuperado un tono más gaullista. Ha reafirmado la pertinencia a su juicio de las grandes tomas de postura de Francia en el escenario internacional, especialmente en lo concerniente a la guerra de Iraq. Como presidente, Sarkozy adopta necesariamente otra dimensión, menos partidista. Una de sus urgencias consistirá en recuperar el rumbo y ritmo de la construcción europea, suspendido por el no francés en el referéndum de mayo del 2005. “Francia - ha declarado Sarkozy- está de vuelta en Europa”. Sarkozy elegirá la senda prudente de la ratificación parlamentaria, pero ha dicho que también tendrá en consideración la voz de quienes perciben la UE no como un factor de protección sino como el caballo de Troya de las amenazas que entrañan las transformaciones del planeta: un guiño a quienes votaron no.
Sarkozy ha saludado la amistad histórica con Estados Unidos, pero ha reafirmado que ello se acompaña del derecho a pensar de manera distinta. Ha insistido, sobre todo, en el deber de Estados Unidos de no obstaculizar la lucha contra el calentamiento climático que Francia combatirá de forma preferente. Si Nicolas Sarkozy quería acercarse a Estados Unidos, la verdad es que los márgenes de maniobra son sin embargo estrechos, sobre todo con la Administración Bush. Y con frecuencia las voluntades iniciales de los presidentes franceses de acercarse a Estados Unidos (incluido De Gaulle, que propuso en 1959 crear un triunvirato estadounidense-británico-francés en el seno de la OTAN) han topado con reacciones de rechazo de parte de Washington. En resumen, lo más probable es que Francia siga desempeñando el papel de aliado de Estados Unidos - sin alinearse con este país- y exprese puntos de vista distintos cuando lo estime necesario. Por último, Sarkozy reconoce que las relaciones entre el mundo occidental y el musulmán constituyen un factor clave.
Es indudable que la inclinación personal de Sarkozy es proisraelí. Nunca se ha desplazado a los territorios ocupados, en tanto que ha visitado el Estado israelí en numerosas ocasiones. Por otra parte, un 84% de los franceses afincados en Israel -que suelen sintonizar con la izquierda- votaron por él en la primera vuelta, hecho sin precedentes. Sin embargo, el sueño de paz en el Mediterráneo invocado por Sarkozy no podrá ver la luz sin una solución del conflicto palestino-israelí. Y Francia no podrá mantener su influencia en la región -y las buenas relaciones con los países árabes- si abandona a su suerte el dossier en cuestión. Puede darse la tentación de no mostrarse más activo en lo referente a este conflicto, de dejar que los dos protagonistas en relación desigual se las arreglen entre ellos o de dejar que los estadounidenses sean los únicos que tomen las riendas del problema; sin embargo, tales actitudes se darán de bruces con la realidad: será la mejor manera de no avanzar. Además, la causa palestina constituye una cuestión central a ojos de todas las sociedades árabes.
Los cinco primeros presidentes de la V República - de distinto temperamento- han forjado un legado diplomático común, con el estilo personal de cada uno. Si ningún sucesor del general De Gaulle ha roto con él, es porque todos ellos han considerado que se hallaba en juego el interés nacional del país que el presidente, simplemente, administra. Y lo más probable es que el sexto presidente no sea una excepción a la regla.
Europa y el mundo/DANIEL INNERARITY
Tomado de ElPaís, 13/05/2007
En el reciente debate durante la campaña a las presidenciales francesas de 2007 se habló muy poco de Europa y de política internacional, lo que ya es un hecho significativo. Pero lo que se dijo fue suficiente para comprobar qué asentada está una determinada idea de Europa. En un momento de la discusión Nicolas Sarkozy afirmó que no estaba dispuesto a que Europa fuera "el caballo de Troya de la mundialización". El entonces candidato tal vez sea ahora el Presidente de la República francesa gracias a que fue capaz de formular de una manera nítida ese sentimiento extendido que considera la mundialización únicamente como una amenaza. Esa percepción tiene una versión de derechas y otra de izquierdas; unos y otros parecen incapaces de percibir el vínculo estrecho que existe entre el proyecto de integración europea y la mundialización, las virtualidades que contiene una forma de cooperación política en orden a la configuración de un mundo multipolar.
Lo más interesante de la construcción europea es que permite superar la ficción de que la sociedad puede ser construida estatalmente y con independencia de otras sociedades. No existe una sociedad civil europea que resulte de la mera agregación de sociedades nacionales y desconectadas del resto del mundo. La sociedad europea forma parte de una sociedad global. Es un error subrayar en exceso la diferencia entre Europa y el resto del mundo o pensar que toda la estrategia de la integración se justifica para defenderse de un mundo visto como una realidad amenazante. Si por algo se justifica el experimento europeo es porque promueve un modelo de identidad que no sólo no requiere anular su diversidad interior, sino que tampoco necesita una oposición a otros para su propia afirmación: es un nosotros sin otros. Uno de los valores fundamentales de Europa es que la identificación con lo propio se hace menos exclusiva y permite una gran complementariedad. Es una paradoja el hecho de que impulsar una verdadera ciudadanía europea a través de valores universales conduzca a una menor identificación exclusiva con Europa en la medida en que tales valores suministran a los europeos razones para verse a sí mismos como parte del mundo, de una común humanidad.
La construcción política de Europa presenta unas singularidades que la diferencian de todos los proyectos de construcción nacional. Probablemente sea la primera entidad política que se configure sin necesidad de un patriotismo ideológico de los que exigían un pueblo delimitado y homogéneo, un origen común, unidad de lengua y cultura, y algún enemigo exterior que fuera útil para la cohesión interna. A pesar de que abunde la retórica en esa dirección, la contraposición con Estados Unidos trata de conferir a Europa una legitimidad que no necesita, ya que se asienta en otro tipo de valores. El proyecto europeo no exige, como ha sido habitual en la configuración de las naciones, dramatizar el peligro exterior para asegurar la cohesión interior.
Europa no puede concebirse como algo separado del mundo. A lo largo de la historia, los europeos han tenido, de una manera u otra, la conciencia de estar vinculados con el resto del mundo. Esa referencia, que en otras épocas tuvo un impulso civilizatorio, pero también comercial y colonial, ha dado a Europa una fuerza que continuamente la sustrae de su posible ensimismamiento. Por eso puede afirmarse que al impacto de la globalización no supone ninguna ruptura especialmente original con respecto a su historia. Frente a la concepción de una Europa como unidad autárquica claramente separada del resto del mundo y en competencia con él, el experimento europeo no tiene otra justificación que representar el embrión de una verdadera cosmopolítica. Nos urge "desprovincializar Europa", es decir, ponerla en el contexto que le corresponde y frente a sus actuales responsabilidades.
La Unión Europea pone de manifiesto, aunque sea de manera incipiente, que la globalización no es una amenaza para la democracia sino una oportunidad para extenderla más allá de los límites del Estado-nación. Europa es una forma especialmente intensa de elaborar un sistema global, una world polity en miniatura. La globalización, más que como una amenaza, como desafío o catalizador, ha de ser vista como una posibilidad para definir el proyecto europeo en términos globales. No se trataría tanto de tomar partido como actor global sino de promover otro modo de organización de las relaciones entre los actores. Estamos tratando de buscar el significado de la sociedad en un mundo en el que la coherencia social, la participación democrática y la legitimidad política están siendo redefinidas.
Las prácticas de gobierno de la Unión Europea cultivan una serie de disposiciones de alcance universal: la facultad de ver la propia comunidad con una cierta distancia, la aceptación de las limitaciones, la confianza mutua, la disposición a cooperar, un sentimiento de solidaridad transnacional. Europa no es ejemplar por una superioridad de algún tipo, sino porque el espacio público europeo es un caso representativo del hecho de que la mayor parte de las decisiones políticas no pueden adoptarse sin examinar su consonancia con los intereses de los otros. En ese sentido Europa puede considerarse como paradigma de la nueva política que está exigiendo un mundo interdependiente. Europa ofrece una experimentación moderna de la formación de un mundo verdaderamente multipolar. Es, sin duda, uno de los mensajes que la Europa política puede proponer: multipolar ella misma, puede promover ese modo de organización; proyectando al exterior su propia práctica interna puede contribuir a "civilizar" la globalización. El proceso europeo de integración política es una respuesta inédita, tal vez un día ejemplar, a las circunstancias que condicionan actualmente el ejercicio del poder en el mundo.
Daniel Innerarity es profesor titular de Filosofía en la Universidad de Zaragoza.

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